¡CORRA SOLDADO, CORRA!
“Querida hermanita, espero que te encuentres bien de salud, como ves, nos volvieron a dar permiso para escribir, quiero que con esta cartita sepas que pasa conmigo.
Te cuento que las cosas están color de hormiga por estos lados, no tengo idea que día es hoy, al parecer ya pasamos Septiembre.
He visto cosas muy raras, estoy harto mal, sigo amando a mi Ejército como el primer día, pero lo penca es que las órdenes han cambiado de la noche para la mañana. Me han mandado a allanar casas de amanecida, la diana ya me tiene más chato de lo que soy.
No hace mucho nos metimos a la fuerza a una casa muy parecida a la de nosotros, estaban durmiendo, había dos viejitos, los pusimos contra la pared, les hicimos simulacro de fusilamiento. Tiritaban de miedo los pobres, pero nosotros igual casi nos cagamos. Con la metralleta en el pecho logramos que nos dijeran donde guardaban unos libros, fue un caos, le destruimos todas sus cosas.
Me asusté harto así que dile a la mamita que haga desaparecer todos libros que el tío José tiene guardado en la casa, no vaya a ser que se preste pa’ mocha… están en el último cajón de la cómoda de la viejita, los distinguirás al tiro porque son súper enredados, no se pueden ni leer parecen que están en otro idioma, también hay una bandera roja en la pieza de las costuras.
La semana pasada me sacaron los choros del canasto, llegaron tan lejos sus estúpidas órdenes que me negué a seguirlas. Hermanita, me acusaron de traidor, me dieron la baja y estoy preso, en un lugar donde el diablo perdió el poncho, solo sé que estoy rodeado de colinas.
Quiero que estés tranquilita, mis compañeros de celda no son delincuentes, hay gente muy sabihonda, al principio me hicieron la ley del hielo, me apodaron “El Sapo”, porque no quise desprenderme de mi uniforme de conscripto.
Fui aceptado en el grupo después que me vieron la cara pa’ la cagá, fíjate que me llevaron a una pieza, me sacaron la cresta y a culatazo limpio me hicieron firmar algo que con la vista vendada no pude ni leer. No puedo contarte que mas me hicieron, fue un interrogatorio. Tengo mucho miedo y ganas de llorar, no tengo ni dientes. te prometí tantas cosas y hoy siento que no valgo nada. Pensaba llegar bien a tu graduación de la Media, hasta con mi uniforme pero así como estoy no voy a poder ir.
Por favor no le cuentes esto a la viejita, solo quiero desahogarme, te escribo desde un rincón de la celda, hace mucho frío, el piso está helado, me falta el aire, me duele la boca, me duele todo el cuerpo. Creo que estoy empezando a imaginar cosas: veo al papá: ¿cómo está?, me acuerdo cuando nos enojamos, parecíamos extraños tratándonos de ud, Él no quería que yo entrara al Ejército, todavía me acuerdo cuando se le cayo la cara al saber que quería hacer carrera.
Que daría por tenerlo frente a mí, lo busco en las noches y allí está, nítido, me centro en sus ojos, no me canso de mirarlo, no puedo tocarlo, siento que quiere abrazarme…en fin… ¿la mamita? trata de tenerle siempre las chalupas a los pies de la cama, porque cuando se despierta se desespera cuando no las encuentra. Acaba de entrar mi oficial, por hoy no puedo escribir más.
Hermanita, ha pasado una semana ya, estoy muy optimista, se ha filtrado que pronto nos dejaran ir, creo que un cura anda preguntando por nosotros. Tengo pena por los que se quedan. Nos ofrecieron hacer trabajos voluntarios para aminorar la “causa”, todavía no sé que causa pero igual haré lo que me manden, contar de irme luego. No hallo las horas de dejar esta gue’a, esta casona tiene puro olor a sumaga’o, estamos todos juntos, hay dos hoyos como baño, estoy súper cabreado y no me quedan muchas ganas de hacerme el chorizo.
Tengo algunos yuntas que llevare a la casita cuando estemos libres. Uno de ellos es doctor, pero casi no anda, no quiere salir del campamento a menos que lo obliguen, ya no me quedan medios para convencerlo de que me acompañe, en una de esas nos dejan libres. No duerme casi na , a veces despierta gritando con unos ojos de loco y repite mil veces “¡no más defunciones por favor, no más actas, no mas firmas!, no le entiendo na, a este pela cables, lo que no sabe es que irá obligado en el grupo de voluntarios para pintar... si el no se la puede, yo lo voy a ayudar, es que hasta me enseño a tocar guitarra, es buena tela el doc.
Creo esta será mi única carta, a lo mejor hasta te la entrego personalmente, mientras tanto la guardaré en uno de mis bolsillos como un verdadero tesoro. Te quiero mucho y hasta muy pronto.
Tu hermanito menor, Miguel”.
A los pocos días de haber terminado esta carta, y como de costumbre los prisioneros son llamados a formarse. En un estrecho patio de tierra y con un sol que les daña hasta la vista, cinco de ellos son los elegidos para cumplir el programa de salida y llamados a dar un paso al frente. Miguel Rojas es el primero, con su pecho erguido y un físico ya recuperado por obra y magia del Dr. Parra se distingue entre setecientos condenados. Mostrando su accidentada dentadura por sobre su piel algo verdosa , esboza su característica sonrisa ,poco queda ya del fibroso soldado, una barba crecida, ojeras y costillas que se notan desde lejos acusan su aquejumbrado presente. Sin embargo sus desafiantes ojos negros se encuentran con los del oficial que frunciendo el ceño y mirándolo por encima del hombro les ordena volver a las celdas.
Miguel todavía adrenalinico busca a su amigo Parra para abrazarlo, se aferra a él, una sensación de injusticia lo asalta. Junto con no querer soltarlo le dice que si recupera su libertad hará hasta lo imposible por sacarlo de allí. Sin embargo un silencio y unos ojos lagrimosos le contestan que no se preocupe yaque también ira...
A los pocos minutos son llamados a recoger sus enseres personales y a presentarse en la guardia. Un camión los espera. El oficial al mando, después de pasar lista les ordena con gritos ensordecedores abordarlo. Sentados se ubican a la derecha los conscriptos cargando sus fusiles y unos cuantos tarros de pintura blanca y a la izquierda los prisioneros.
Durante el trayecto el oficial no pudo evitar entablar diálogo con el entusiasmado Miguel:
-Así que tú soy la estrellita -aseveró con tono irónico.
-¿Estrellita, de que me habla mi oficial?
-No te hagas el leso: ¿por qué desertaste?
-No me gusta allanar casas.
-¿Sólo por eso?
-Es que no quiero matar civiles y menos ver como lloran mis compañeros de vuelta de sus rondas.
-¿Y por qué entraste al Ejército si no tienes huevos? -preguntó arqueando las tupidas cejas y con ánimo exasperado.
-Mire, mi oficial, aprendí de memoria el Juramento del Soldado; con la mano en el corazón canto el Himno Nacional; mis bototos brillan más que el sol; marché con alegría durante todo mi entrenamiento. Mis padres no querían que entrara al Ejército, pero mi lealtad a la patria y al presidente fue más fuerte…, pero hay cosas que han pasado últimamente que nada tienen que ver con esto.
-¡Le recuerdo que vivimos un Estado de Guerra y nada de lo que dictamine mi Comandante es cuestionable! ¡Estamos rodeados de enemigos, infiltrados, hasta curas! -le contestó el oficial, de manera imperativa.
-¿Enemigos? -preguntó Miguel con tono sarcástico.
-¡Sí, si no pregúntele a su mamá qué hicimos con los libros!
-¿Mi viejita? -preguntó conmocionado- ¿qué le hicieron a mi mamá?
Enmudecido y casi sollozando, dirigió su mirada al doctor Parra, quien portando un talonario empezó a transpirar helado.
-¡Hemos llegado, bajen con los tarros! -gritó el oficial ya fuera de sí. -¡Y tú! -dirigiéndose al doctor- ¡vas a ser el primero en pescar la brochita!
-Oficial -irrumpió Miguel con tono suplicante-, debido a la mala condición de salud de mi compañero, solicito permiso para reemplazarlo.
El oficial algo desconcertado y con el ceño fruncido, comenzó a mirarlo de pies a cabeza. mientras la cara de Miguel era inundada de sudor y espanto.
-Está bien... -le contestó el oficial , haciéndose el bueno.
A los pocos minutos, tras la formación militar de costumbre, se escuchó nuevamente su voz de mando, presto a pasar lista, ordenó:
-Atención: ¡Posición firmes!
Una vez formados todos, el oficial, erguido y dando pasos largos, seguros, de acuerdo a su privilegiada estatura recorre lentamente la fila de prisioneros una y otra vez, los minutos se hacen interminables. Los latidos de su corazon empiezan a acelerarse, la respiración agitada y el sudor de su pecho, contrastan con la sumisión de aquel puñado de prisioneros y conscritos. Algunos pensamientos destellan en su cabeza: su propio juramento de lealtad y aquellos ojos suplicantes, desesperados, de un conscripto raso que ama su familia, la bandera… y su libertad.
Transcurrido un momento y sintiéndose observado por su pelotón, ensancha sus pulmones y con voz estremecedora sale una orden que remeció a todo el desierto:
-Atención. ¡Corra soldado Rojas, corra!
Miguel Rojas, algo confundido pero obediente, comenzó a correr desierto adentro a toda velocidad…, con una sonrisa y medio loco tocaba su bolsillo verificando si la carta que al parecer entregaría personalmente seguía allí. Buscando la carretera más cercana, mirando de un lado a otro, fue interrumpido por una segunda orden que conmocionó a todos los presentes:
Atención: Pelotón.... Apunten... ¡Fuego!